¿Manipulan los bebés a los padres a través del llanto?
A principios del siglo XX comenzó a insistirse en la necesidad de
no “malcriar” a los bebés. La gente empezó a pensar que era conveniente
dejar llorar solos a los bebés. Se decía que éstos utilizaban el llanto
para manipular a los padres y conseguir sus deseos, lo que era un
elemento negativo del carácter. Responder al llanto del pequeño sólo
servía para producir niños mimados, groseros, que tomaban el pelo a sus
padres. Para enseñar a los bebés que el llanto resultaba un
comportamiento inaceptable y para que aprendieran a ser independientes
desde muy pronto, los padres que dejaban llorar solos a sus hijos hasta
que se quedaban afónicos y se dormían por mero agotamiento. No
obstante, la validez de este planteamiento ha sido cuestionada una y
otra vez. Las necesidades de los bebés son reales y ellos lloriquean
por motivos también reales. Carecen por completo de la sofisticación
intelectual necesaria para manipular a sus padres.
En la década de los setenta fue ganando
importancia un movimiento que se oponía a esas prácticas educativas.
Muchas mujeres recuperaron la lactancia natural, se inventaron las
mochilas delanteras y traseras, los cochecitos plegables, y los
puericultores expertos comenzaron a animar a los padres para que
tuvieran un contacto estrecho con sus hijos.
Las investigaciones mostraron que los niños así tratados lloraban menos
y que, con posterioridad, llegaban a ser más independientes. Otras
culturas influyeron también en este cambio. El campo de las
comunicaciones mejoró tanto que a los occidentales nos fue posible
comenzar a estudiar de cerca las culturas muy lejanas y diferentes a
las nuestras, que aún no habían sido influidas por el denominado
“pensamiento moderno”.
Por desgracia, en Occidente nosotros sí habíamos estado influidos
por él. Las madres que antes hubieran dejado llorar a sus hijos, aunque
se sintieran culpables y asustadas en la habitación contigua, saltaban
ahora al menor indicio de llanto del bebé. Nuestra obsesión seguía
estando en que el niño dejara de llorar, o bien que ni tan siquiera
llegara a hacerlo.
En el momento actual, y en la mente de muchas personas, el péndulo
se ha desplazado de nuevo hacia la opción de pensar que sí es posible
malcriar a un bebé a través de la atención y que deben ser enseñados, o
incitados, a actuar en función de las necesidades de los padres.
Independientemente de nuestra posición en este estado cambiante de
opciones, lo que parece evidente es que nos olvidamos siempre de la
necesidad real del bebé de llorar.
Hay momentos en que las personas necesitamos llorar. Es una
liberación, sobre todo si podemos hacerlo en los brazos cariñosos de
otra persona. Yo creo que los sentimientos de los pequeños son tan
intensos como los nuestros, así como sus temores, sus penas y sus
frustraciones.
Muchos de nosotros, educados en la época de “no mimar a los
niños”, tenemos sentimientos opuestos sobre el llanto. Nos angustiamos,
estamos tensos, deseamos que el niño deje de llorar. Nos produce miedo.
Tal vez es un recuerdo de la angustia que experimentamos al llorar
solos en la cuna, sin respuesta alguna. Y nos puede generar
sentimientos de culpabilidad: ¿Acaso soy una mala madre/ padre si
consiento que mi hijo llore?
Nuestra cultura suele reforzar estas ideas. Mucha gente se pone
nerviosa al menor ruido de un niño, y mira a los padres con severidad
cuando esté comienza a alborotar. Los padres turbados, suelen responder
con una señal recriminatoria para hacer callar al niño, piden disculpas
y se van corriendo a casa. ¿Quién no ha pensado nunca en “tirar al niño
por la ventana”, o no ha sentido miedo de perder el control y pegar o
gritar al niño que llora?
Hemos de comenzar a aceptar el llanto como una forma sencilla y
simple de limpiar nuestros corazones de sentimientos negativos de
estrés.
Podemos aceptar el llanto como algo correcto, en ciertas
ocasiones, que al final, e irremediablemente, acaba cediendo y
produciendo alivio, sobre todo si la familia y también los amigos nos
permiten la expresión de estas emociones y se sienten, incluso, amados
y respetados por ello.
Al igual que nosotros, los niños tienen muchos motivos distintos
para llorar. Por desgracia, hemos perdido buena parte de nuestra
capacidad para intuir los pensamientos y sentimientos. Casi todos somos
capaces de reconocer los agudos llantos de dolor, pero la
interpretación de otros tipos de lloros y agitaciones se halla filtrada
a través del velo de nuestras propias inseguridades y proyecciones.
Resulta más sencillo aplicar una filosofía mecanicista que no permita
responder siempre de la misma forma, ya sea ignorando o acallando el
llanto. Pero los niños no están interesados en filosofías y no son
capaces de preocuparse de la comodidad de los padres. Precisan la
respuesta de adultos bien equilibrados, con ideas claras y buena dosis
de cariño, que les puedan ayudar a encontrar un camino en este mundo
desconocido.
El masaje diario puede ayudar al progenitor a entender de una
forma intuitiva las vocalizaciones de su bebé, ya que le mantiene
literalmente en contacto con el lenguaje corporal del niño, sus señales
no verbales y sus diferentes tipos de llanto.
Escuchar de una forma activa y comprensiva a un bebé no se
diferencia mucho de escuchar a un niño ya mayorcito o a un adulto.
Requiere empatía, una gran dosis de amor verdadero y sobre todo respeto
por la experiencia del niño.
Cuando oímos llorar a nuestros hijos, en lugar de escucharlos con
atención, nuestro impulso principal se convierte en acallar a ese niño.
Hacemos callar a nuestros bebés como hicieron con nosotros mismos.
Los estudios han demostrado una y otra vez que los bebés cuyas
necesidades son atendidas con prontitud –no haciéndoles callar, sino
escuchando y actuando- lloran con menos frecuencia y durante periodos
más cortos cuando son mayores.
El llanto libera hormonas que reducen la tensión y el nivel de
excitación. No sólo es una expresión para poder demostrar el dolor o el
malestar, sino que parece ser una forma innata de tratar el estrés y
también un mecanismo de curación.
Si se le permite llorar al niño y se le responde con una escucha
relajada y cariñosa, el llanto puede ayudar a los bebés a regular sus
propios niveles de estrés y, así mismo, crecer para convertirse en
niños y adultos realmente más relajados y, a la vez, libres de estrés.
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